Algunas cosas, no se conocen lo suficiente. |
Lamentablemente, 2023 fue un año especialmente violento en el escenario mundial. Estalló la guerra entre Israel y Hamás en Gaza, que causó la muerte de miles de palestinos y cientos de israelíes, entre ellos muchos niños de ambos bandos. Y la amarga guerra entre Rusia y Ucrania ha continuado y sigue sin atisbarse su final.
Como resultado de la atención prestada a estos dos conflictos, otros países han desaparecido del radar para muchas personas. Sin embargo, varios puntos calientes han estado lidiando con disturbios latentes que podrían estallar en 2024 y acaparar la atención mundial.
Entonces, ¿hacia dónde deberíamos dirigir nuestra atención el año que viene? He aquí cinco lugares donde creo que los conflictos civiles o los disturbios podrían agravarse y desembocar en violencia.
Myanmar se sumió en el caos en 2021, cuando un golpe militar derrocó al Gobierno democráticamente elegido de Aung San Suu Kyi y desencadenó protestas civiles generalizadas que acabaron transformándose en una resistencia armada.
El país, hogar de 135 grupos étnicos, rara vez ha conocido la paz. Durante años, antes del golpe, hubo un conflicto civil de baja intensidad entre el ejército y varios grupos étnicos minoritarios que llevaban mucho tiempo peleando por el control de los recursos naturales de sus regiones y la independencia del Estado.
El conflicto estalló cuando, tras el golpe, las milicias étnicas unieron sus fuerzas a las de los luchadores prodemocráticos de la mayoría bamar que protestaban contra la junta.
Su resistencia se intensificó a finales de 2023 con una ofensiva coordinada en el norte que supuso para el ejército sus mayores pérdidas en muchos años.
Los insurgentes se hicieron con el control de ciudades y pueblos en la frontera noreste con China, incluido el control de rutas comerciales clave. Esto dio lugar a nuevos combates al oeste del estado de Rakhine, así como en otras zonas.
La tenacidad de la resistencia de estos grupos minoritarios, unida a la negativa de los militares a transigir, hace pensar que la guerra civil del país puede agravarse considerablemente en 2024 y recuperar la atención internacional.
En Mali, nación situada en la turbulenta región africana del Sahel, las tensiones se intensificaron a lo largo de 2023 y ahora amenazan con estallar en una guerra civil a gran escala.
Mali lleva mucho tiempo luchando contra la actividad insurgente. En 2012, su gobierno cayó en un golpe de Estado. Y los rebeldes tuareg, respaldados por militantes islamistas, tomaron el poder en el norte.
En 2013 se estableció una misión de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas para llevar la estabilidad al país. Posteriormente, en 2015, los principales grupos rebeldes firmaron un acuerdo de paz con el gobierno.
Tras otros dos golpes de Estado en 2020 y 2021, los militares consolidaron su poder y afirmaron que restablecerían el pleno control territorial del Estado sobre todo Mali. El régimen insistió en que la misión de mantenimiento de la paz de la ONU se retirara del país, algo que hizo en junio de 2023. Posteriormente, estalló la violencia entre el ejército y las fuerzas rebeldes por el futuro uso de las bases de la ONU.
En noviembre, los militares, al parecer respaldados por el Grupo Wagner de Rusia, tomaron el control de la estratégica ciudad septentrional de Kidal, en manos de las fuerzas tuareg desde 2012. Esto socava la frágil paz que se ha mantenido desde 2015.
Es poco probable que los militares recuperen el control total de todas las zonas del norte en manos de los rebeldes. Al mismo tiempo, los insurgentes se han envalentonado. Con el acuerdo de paz de 2015 prácticamente muerto, cabe esperar un aumento de la inestabilidad en 2024.
En 2019 estalló una protesta civil generalizada en Líbano contra los líderes que, según la percepción de la opinión pública, no atendían las necesidades cotidianas de la población.
La situación siguió deteriorándose con un gobierno remodelado, una escalada de la crisis económica y una explosión masiva en un puerto que puso al descubierto prácticas corruptas.
El Fondo Monetario Internacional criticó a Líbano en septiembre por la falta de reformas económicas. El gobierno libanés tampoco ha llegado a un acuerdo para nombrar un presidente, cargo que lleva vacante más de un año.
Esta situación podría socavar el frágil acuerdo de reparto del poder en Líbano, en el que los puestos políticos clave de primer ministro, portavoz y presidente se asignan a un musulmán suní, un musulmán chií y un cristiano maronita, respectivamente.
Más recientemente, la guerra entre Israel y Hamás ha amenazado con extenderse a Líbano, sede del grupo militante Hezbolá, que afirma contar con un ejército de 100 000 combatientes. Y lo que es más importante, esto pone en peligro el turismo como esperanza clave para la recuperación económica de Líbano.
Estos factores pueden precipitar un colapso económico y político más grave en 2024.
Desde la independencia de Pakistán en 1947, los militares han desempeñado un papel intervencionista en la política del país. Aunque los líderes pakistaníes son elegidos popularmente, en ocasiones los militares los han desalojado del poder.
En 2022, el primer ministro pakistaní Imran Khan cayó en desgracia con los líderes militantes de Pakistán. Posteriormente fue desalojado del poder en una votación parlamentaria y, más tarde, detenido por cargos que, según sus partidarios, obedecen a motivos políticos.
Tras su detención se produjeron violentas manifestaciones en todo el país, una muestra de ira contra los militares que antes era impensable.
Pakistán también se enfrenta a los efectos indirectos de la inestabilidad en el vecino Afganistán y al aumento de los atentados terroristas. Estos problemas de seguridad se han visto agravados por una economía en dificultades y por los costes derivados de las devastadoras inundaciones de 2022.
Está previsto que Pakistán celebre elecciones parlamentarias en febrero de 2024, tras las cuales se espera que el actual gobierno militar provisional transfiera el poder a un gobierno civil. Muchos vigilan de cerca a los militares. Si este traspaso de poderes no se produce, o si hay retrasos, pueden generarse disturbios civiles.
En 2022, Sri Lanka se enfrentó a una crisis económica debilitante que provocó una grave escasez de combustible, alimentos y medicinas. Las protestas civiles provocaron la huida del país del entonces presidente Gotabaya Rajapaksa. Fue sustituido rápidamente por el actual presidente, Ranil Wickremesingh.
La estabilidad volvió en 2023, cuando Sri Lanka empezó a aplicar reformas económicas en el marco de un acuerdo de rescate con el Fondo Monetario Internacional. Sin embargo, no se ha abordado el descontento generalizado con las élites políticas ni las causas subyacentes de las dificultades económicas del país.
Las elecciones también están previstas en Sri Lanka para finales de 2024. Aunque es probable que Wickremesingh, el actual presidente, se presente a un segundo mandato, inspira poca confianza: se le considera demasiado cercano a las élites políticas corruptas.
Este descontento podría dar lugar a nuevas protestas, sobre todo si la economía vuelve a tambalearse, en una situación similar a la que llevó a la destitución de Rajapaksa en 2022.
Publicación original de: Jessica Genauer,
Senior Lecturer in International Relations, Flinders University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.