Al recogerme en silencio y sentarme a meditar, siento una nostalgia tan grande por las cosas pasadas y no existentes ya, que casi no la puedo soportar. A la hora en la que todos duermen, para distraerme en las largas noches, saco y ordeno todos mis enseres, rompo los apuntes que no quisiera dejar y, entre ellos, a veces encuentro papeles de alguna persona que ya no existe, aquellos donde hizo ejercicios de caligrafía o pintó, para distraerse, algún dibujo.
Entonces, reviven en mi corazón los sentimientos de hace muchos años. Cuando se trata de una carta escrita por alguna persona que todavía vive, pienso en el tiempo transcurrido desde que la escribió, en el día u ocasión en que la recibí, en el año que sería, etc., y me invade la emoción.
Y al detener la vista en ciertos objetos usados por esas personas que ya no existen y ver que estos, siguen existiendo impasibles, siento mucha tristeza. Yoshida Kenkō (Japón, siglo XIII)
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Sobrecoge este último párrafo que demuestra la intemporalidad de esa facultad que tienen los objetos inanimados de despertar en nuestro corazón emociones, no solo de pura nostalgia, sino emociones más sutiles, pero que a riesgo de confundirse, casi siempre se envuelven en la nostalgia. Quién más, quien menos conserva alguno de esos objetos; quizás de los padres que ya no están, quizás de cualquier otro familiar; incluso de un amigo o de un antiguo amor que hoy solo vive en el plano existencial de los recuerdos.
Puede que esa emoción que te despiertan, no solo te hable de los que fueron sus propietarios, sino que también te hable de ti. Esos objetos, quizás, sean una forma en que puedas notar el peso de tu bondad, de tu belleza interior, en resumidas cuentas, de tu valor humano y tu realidad.
Puede que esa emoción que te despiertan, no solo te hable de los que fueron sus propietarios, sino que también te hable de ti. Esos objetos, quizás, sean una forma en que puedas notar el peso de tu bondad, de tu belleza interior, en resumidas cuentas, de tu valor humano y tu realidad.
Imagen: Wikipedia
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