Pocas cosas resultan más evidentes que el hecho de que acarreamos a cuestas un saco de deseos. No venimos al mundo con ellos, pero los vamos acumulando quizás desde aquel primero, consistente en desear el pecho de la madre y que luego se convierte en el deseo de cualquier otro pecho y si no es de madre alguna, mejor que mejor. Todos, absolutamente todos, estamos bajo su influencia; el rey también. Debo recordar que hubo un tiempo en que pensaba que la majestad llegaba desde lo divino a lo humano por una semilla ajena al progenitor. ¡Qué idiotez! Los vástagos del majestuoso, proceden de su semilla y de su deseo libidinoso, bien sea con mujer propia o ajena. Nada tiene de divino, aunque sí hay que reconocerles un cierto porte que a los que somos hijos del fango, nos parece revestido de una dignidad. Mejor no escarbar en sus maneras; forman parte del disfraz. Debo recordar que en mi tiempo lejano, también pensaba que aquellos cercanos al Palacio Imperial, estaban dotados de excelencia. Ellos gobernaban junto al emperador. Ahora, su única excelencia es su enorme capacidad para el halago, lo cual les reporta favoritismos sin los cuales se desharían como el azúcar en el té. Son clases inferiores a la majestad, pero de un rango superior a los que procedemos del fango. Se consideran así mismos, grandes e importantes, cuando en realidad, la sociedad sobreviviría igual o posiblemente mejor sin ellos. Su máxima cualidad es lo bien que saben ocultar su insignificancia. |
![]() Y diez siglos después sigue siendo verdadera la belleza de los hombres y mujeres que destacan por sus acciones meritorias. Mucho más, hoy, que abundan cantidad de destellos falsos que ciegan a muchos. Hasta el más ruin se deslumbra ante las autenticidades de unos pocos. Sigue siendo verdad aquello que escribí, ya no recuerdo cuando; supongo que en mi siglo:El hombre o la mujer dotados con bellas facciones y buenos sentimientos, si no tienen entendimiento, se rebajarán. Alternarán con gente odiosa y pronto quedarán subyugados por ellos; cosa en verdad, digna de lástima. |
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Su máxima cualidad es lo bien que saben ocultar su insignificancia.... Una gran i sencilla veritat que no me l'havia plantejat mai. Salut.
El deseo es lo que nos hace bailar. Eso lo saben bien los budistas, que se encargan de recordánoslo continuamente en sus mantras.
Salut
Hola Miquel. Supongo que has querido decir "sutras", los mantras son otra cosa. El personaje que estoy interpretando es un monje budista del siglo XIII, un bonzo.
Llama mucho la atención que un exfuncionario del gobierno, metido a monje budista, en su soledad, reciba destellos mentales que le llevan a una crítica tan contundente de ambas clases, afirmándose así mismo como perteneciente a la capa más baja de la sociedad. Todo un baño de realismo, autocrítica y franqueza.
Todos los habitantes del mundo teóricamente alejado del mundo han estado dotados siempre de amplia información, pero no quiero derivar por ese tema.
Las conclusiones de este Kenko del siglo XXI me parecen muy ajustadas y sabias.
Saben ocultar su significancia... pero se los llevan "calentitos" Y del "majestuoso", no hablemos.
Seguro que Kenko dará mucho juego.