Que entenderá el señor, por un beso con ternura.

No necesito verlo en prisión. Al fin y al cabo, el sistema penitenciario no deja de ser otro fracaso más de esta sociedad. Y meterlo en la cárcel a mí, me produce un cierto sabor metálico en el paladar; el sabor de la venganza. ¿Qué vamos a ganar con eso? —Nada.
Tampoco necesito escuchar las declaraciones en sede judicial, no solo de él, sino de su camarilla, tan cargados de tontería o más que él. Amiguismos interesados que conformaban una trup algo parecida a una pandilla mafiosa en el seno de la institución deportiva. 

A mí, y recalco lo de «a mí», me basta con que, en lo posible, se compense a la víctima del bochornoso asunto. Y no precisamente, aunque lógicamente, también, por el beso. Si no por todo el daño que vino después y que sigue con la impúdica exhibición de todo el proceso.
No me interesa tanto hablar de una agresión sexual, como de lo que realmente fue: Un abuso de poder. Y por supuesto, cuando hablo de compensaciones me refiero a limpiar su buen nombre, apartarla de cualquier modo de sospecha y rehacer su sitio donde lo tenía, deportivamente hablando. ¿Dinero? —No lo sé; no tengo criterio para eso.

Un abuso de poder insultante que todo parece indicar que era pan del día en aquel entorno. No necesito técnicos en lectura de labios, ni cincuenta mil tertulianos y periodistas haciéndose el agosto con su bla,bla,blá. Me basta con observar y comparar el lenguaje corporal del bruto, mucho antes y bastante después, con el de la jugadora y sus compañeras. Con eso me sobra para estar muy convencido de quién dice la verdad. 

Y sí; efectivamente, no hacía falta detallar ni un solo nombre, para escribir esta opinión.