El club de la comedia

Nunca me han gustado las peleas de gallos; ni los emplumados, ni los encorbatados.
Las primeras se llevan a cabo en recintos, muchas veces clandestinos, cerrados, oscuros. Los llaman galleras, redondeles, palenques, ruedos o arenas. Las segundas, se realizan en espacios públicos, barrocos, luminosos y tiene menos nombres, entre los que destaca el llamado Congreso de los Diputados, aunque compite con Parlamento, el Templo de la Palabra o Palacio de… (me callo)
Otra cosa muy diferente es como se ve desde los ojos del ciudadano de a pie. Un circo de vanidades.

Pero incluso un circo de vanidades sería interesante, si los payasos hicieran gracia. No es el caso. No, porque las gracias de sus señorías, hacen chiste con las cosas que importan a los pobres súbditos, sino vasallos que los escogieron. Su función —televisada para mayor gloria del ridículo nacional— consiste en un intercambio de descalificaciones, cuando no directamente insultos, que sonrojan a aquel pobre espectador que permanece atentamente esperanzado por si por fortuna, se pronuncia alguna propuesta interesante que pueda aliviar alguna de las cargas que se supone los gobiernos puedan conducir a mejor. Tampoco es el caso. 

Ayer el candidato a la investidura en su segunda o tercera frase de su discurso inicial dijo algo así como que él no iba a participar en el club de la comedia, para luego, en todas sus intervenciones, sobreabundar en ironías, malos chistes y un cinismo más perfectamente planchado que el traje que vestía. 
Se puede repetir hasta la saciedad que se han ganado las elecciones y aunque cierto, nada tiene que ver con la posibilidad de formar gobierno. ¡Qué fácil es blandir la Constitución cuando te conviene y silenciarla cuando no te conviene!
La miseria flota. Aparece cuando alguien tiene que repetir hasta seis veces que «es de fiar» e inmediatamente es aplaudido «exclusivamente por los suyos» que son menos de fiar que ese alguien que se autodefine. Ni siquiera sus amigos, los «lechugas verdes», le aplauden. Curioso.
¿Las palabras más oídas?
—Soberbia, amnistía, independentistas, Catalunya,  romper, igualdad
¿La palabra menos oída?
—Presupuesto

Dice la psicología que los individuos tendemos a ver y magnificar en los demás, nuestros propios defectos. Dice la cultura popular que de aquello que hablas es de lo que careces.

No sé, amigos. Me reafirmo en lo que suelo repetir:
No soy independentista; soy algo peor. 
Y aun así, siento una cierta tristeza. Pena la llamaría, por ese país, con tantos gallos de pelea, por mucho que los romanos vieran el territorio,  repleto de «conejos saltarines»

En cuanto al otro gallo:
Las coristas y las "go-go girls" gritaron como histéricos (as) ¡cobarde!, decían. 
No, no era un acto de cobardía, sino un desprecio notorio por el candidato a investir. Ignoro si lo es. Supongo que se puede decir de él lo mismo que reza en mi cartilla militar (1971). Dice de mi:
—Valor: Se le supone.— Una casilla en la cartilla del soldado,  que los mandos deben llenar de algún modo.
En cualquier caso, ya veremos como flamea al viento su capa de Superman, cuando le toque subir al atril




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