Para qué nos vamos a engañar. Somos una especie violenta consigo mismo. Además de ser socialmente el máximo depredador de nosotros mismos, viviendo muchos, gracias al sudor y el sufrimiento de otros.
Además de eso, somos violentos y no tenemos capacidad demostrable de solucionar nuestras diferencias de otro modo que a garrotazos. Quizás no debamos resignarnos a esa naturaleza, pero en cualquier caso, sí que tenemos que desengañarnos y aceptar lo difícil que es, que este «mono pelado» sepa superar esa forma de proceder.
Además de eso, somos violentos y no tenemos capacidad demostrable de solucionar nuestras diferencias de otro modo que a garrotazos. Quizás no debamos resignarnos a esa naturaleza, pero en cualquier caso, sí que tenemos que desengañarnos y aceptar lo difícil que es, que este «mono pelado» sepa superar esa forma de proceder.
Nuestra historia, está escrita, no sobre papeles, sino sobre campos de batalla. No, con tinta, sino con sangre.
Los conflictos han ido creciendo en extensión a medida que el armamento y la movilidad han ido evolucionando. Durante muchos siglos, hicimos la guerra sobre mulas y caballos. Ahora, una potencia bélica no está en su país, sino que tiene armas en todos los continentes. Con la llegada del siglo XX, acuñamos el concepto «guerra mundial» si bien nunca ha sido lo suficientemente extensa como poder, en rigor, entenderse como tal.
A cada gran guerra, ha sucedido un periodo de paz, más o menos reconocible, aunque no es cosa fácil, ya que los conflictos que hay en cada punto de la historia se cuentan siempre y en le mejor de los periodos, con docenas y superando los cientos, muchas veces. La humanidad no sabe estar en paz total, ni por un solo día.
Cuando acabó la Segunda Gran Guerra, Europa y el Pacífico, desarmaron sus fusiles y guardaron la munición. Pero la semilla, siguió allí, en un cajón, esperando el momento de germinar. Desde 1945 hasta 2001, no fue exactamente un periodo de paz, aunque sí es válido entender que fue una época de progreso y reconstrucción. Unas pocas décadas que se fulminaron con la caída de las Torres Gemelas. Han pasado 23 años, y muchas veces se ha abierto el cajón de las semillas y se las ha puesto a germinar.
El futuro es gris, humeante y descorazonador. Unos rezarán a los cielos, otros no, y quizás con suerte algunos empiecen a apostar por esa «consciencia de especie» reclamada por pensadores. ¿Lograremos esa consciencia?
—Lo dudo tanto y tengo tan poca fe, que ya soy de los que piensan que el meteorito está tardando demasiado.Quizás al final, los cielos respondan a los rezos, aunque no de la forma deseada.
El meteorit som nosaltres, l'espècie humana, l'únic error de la mare naturalesa.
ResponderEliminarSalut.
Me temo que los cielos no entienden de rezos en ninguno de los sentidos. Siguen su curso universal y caótico, o acaso ese es el orden real mal que nos creamos lo contrario.
ResponderEliminarLo sé y creo que tu también sabes que lo sé. Era solo, una forma de ironizar, precisamente sobre "ayudas que caen del cielo"
EliminarMira, això si que és curiós: https://www.elperiodico.com/es/medio-ambiente/20241002/revolucionarios-hallazgos-llevar-prescindir-paneles-108823542
EliminarGràcies. Trobo que és molt interessant. El problema de l'energia solar pel consumidor mitjà, és el preu i la burocràcia. Si es massifica, segurament canviaria.
EliminarLas "civilizaciones" se han forjado a base de guerras. Cambia el método, la tecnología, la manera de matar, pero el fin es el mismo: apoderarse de lo que tienen los de al lado, eliminar a los que molestan, barrer a los que no piensan como tú.
ResponderEliminarNada nuevo bajo el sol
Tu lo has dicho, somos. nuestro máximo depredador.
ResponderEliminarEsto no tiene solución.
No necesitamos meteorito, nos eliminaremos solitos. El Universo se lo puede ahorrar para reiniciar algún otro planeta.
ResponderEliminarYo quiero creer que aún hay esperanza (por eso de que el optimismo es un deber moral en tiempos de crisis), y pienso que nuestra parte "buena" ganará, pero en el fondo sé que me equivoco.
Bicoss