Solsticio

Ricard.
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E
l ser humano sigue estando más inclinado al creer que al saber. Pero parece que en los últimos doscientos años, lenta y paulatinamente, esa predisposición va cambiando. Las supersticiones y creencias van dejando paso al gozo del conocimiento. En ocasiones ese conocimiento no es exacto y preciso, pero aun así confiere más seguridad. Además, tiene la virtud de que, al contrario que los estúpidos dogmas intocables, no tiene inconveniente en cambiar de parecer, formular nuevos principios y anunciar nuevas fórmulas. Cosa, por cierto, que molesta mucho a los conservadores y en especial, en el ámbito político. 

El próximo viernes día 22, antes de que se despierten los niños de San Ildefonso, a las 4:27 am, tendrá lugar un suceso que antaño movía desde ritos religiosos hasta falsa fenomenología paranormal, cuando en realidad es la cosa más nimia que pueda haber: el solsticio de invierno. (hemisferio norte)




Los antiguos no sabían nada de la declinación de eje de la tierra, ni tampoco sabían que era la Tierra la que se movía alrededor del Sol y no a la inversa, como se «creía». Ellos observaban como los días cada vez eran más cortos y como el Sol se elevaba menos, en el cielo durante la jornada. Su interpretación es que el Sol estaba enfermo y débil. Entonces sacrificaban animales, cuando no doncellas, para que el Sol sanara, porque sabían (esta vez no lo creían; lo sabían) que sin la luz y el calor del Sol, la vida menguaba, nada crecía, la vida era mucho más incómoda.
Veían como el Sol, amanecía cada vez más al sur, hasta que por fin, y a partir de este día señalado, el Sol ya no se movía más hacia el sur y retornaba hacia el este. Sacerdotes y otros oportunistas aprovechaban la inculta incerteza o inseguridad de las gentes que esos días enloquecían de alegría en grandes festejos y celebración. 
Y era la inclinación a creer en que todo era obra de la munificencia de los dioses y a los sacrificios.

Ahora ya no celebramos esa bobada. La hemos cambiado por otra. Celebramos el nacimiento de un niño, encarnación de dios, hijo del mismo y de una madre virginalmente inmaculada.
Afortunadamente, esta incalificable «creencia» no conlleva sacrificios humanos; solo los pavos tiemblan con el ritual... Y tambien,  la tarjeta de crédito.
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